lunes, 28 de mayo de 2007

ALEJANDRO MAGNO

                             Alejandro Magno
Alejandro Magno es, tal vez, uno de los personajes que mayor fuerza e impacto ha habido en toda la historia. Considerado casi como un semidiós y/o un héroe de leyenda, Alejandro llegó a convertirse ya, desde la Edad Media en todo un gran personaje. Un héroe de fábula, pero un héroe real.
Alejandro era hijo de Filipo de Macedonia, uno de los soberanos y políticos más y astutos de que se tenga memoria. Algunos sostienen, sin embargo, que la gloria de Alejandro se debe exclusivamente a su padre y a las situaciones imperantes, en aquél tiempo, en Grecia. Había habido, es cierto, grandes conquistas, pero en realidad fue Alejandro quien, a la muerte de su padre conquistó todo esto y superó en mucho lo realizado con anterioridad.
El nacimiento de Alejandro

Alejandro nació un 19 de julio del año 356 antes de Cristo, mismo día en que un loco llamado Eróstrato incendiaba el hermoso templo de Diana, en Efeso. Se dice que Eróstrato quería dejar su nombre a la posteridad (cosa que al fin logró, y sin mucho esfuerzo).
Este templo, considerado una de las Siete Maravillas del Mundo antiguo, era un templo y edificio de gran importancia para los griegos. Por tal motivo, los habitantes de esos tiempos, interpretaron esto (basados en supersticiones de lo que eran muy creyentes), como una prueba y señal para el Asia, pues había ya nacido para ellos el que habría de sojuzgarla.
La familia

Los padres de Alejandro fueron Filipo, rey de Macedonia, y Olimpias, princesa epírota, hija de Neoptolomeo, soberano de los molosos. La influencia de ambos fue mucha, lo mismo que la de su estirpe. Los macedonios, si bien no eran tan puros como los de la Hélade, ellos sí se consideraban griegos. En cambio, los egipcios los consideraban y tenían por bárbaros. Así pues, Alejandro fue tomando de ambas ramas, el agua de ambas fuentes.
Sangre y temperamento
Por las venas de Alejandro corría sangre bárbara. Ello explica ciertas normas o patrones de su complejo carácter. Por una parte, un temperamento cambiante, que oscila entre una razón fría y calculadora, y la un temperamento vehemente y apasionado. Un personaje de grandeza con signos de grandeza.




Los maestros de Alejandro
Dicen (o al menos eso digo yo), que para explicar muchas cosas es necesario tomar en cuenta la educación recibida: primeramente la educación de los padres, luego la de la escuela. Y Alejandro no solamente tuvo excelentes padres; sino que, a su vez, excelentes maestros.
Su primer maestro fue Leónidas, pariente de Olimpias, quien trató de dominar el carácter rebelde de su discípulo. Se dice que Alejandro era indomable ante la fuerza y la autoridad, pero se doblegaba fácilmente ante la persuasión, el amor o las palabras.
De ahí que, para fortuna de Alejandro, su padre mandase llamar al filósofo Aristóteles, para que él, personalmente, se encargase de la educación de su hijo. Así, entre ambos, entre Leónidas y Aristóteles, harían de Alejandro todo un gran hombre.
                     La educación de Alejandro
Alejandro tenía trece años cuando Aristóteles empezó a educarle y ser su maestro. La influencia del gran filósofo fue decisiva en la vida de Alejandro, quien aprendiese grandes cosas con su maestro. Buen alumno, Alejandro se interesó grandemente por la cultura griega.
Le gustaba la literatura y sentía un particular interés por el arte heleno. Y fue a Aristóteles a quien cabe la gloria de haber imbuido en el gran conquistador ideas de generosa grandeza, rectitud y elevación de miras, tan escasas en gobernantes de aquellas épocas, aunque no mucho muy distintas de las actuales...
Gustaba de Eurípides y Píndaro. En lo que respecta a “obras de literatura” sentía una singular predilección por la Ilíada, su obra preferida. Una obra en cuyos personajes se proyectaba y/o identificaba. Le gustaba leer sobre Hércules, sobre el Olimpo, sobre Homero, sobre Helena. Le gustaba leer toda la obra, una obra muchos de cuyos trozos sabía y recitaba de memoria. Un libro que siempre cargaba bajo el brazo o su mochila.
Alejandro y sus anécdotas
Son muchas las historias, anécdotas y leyendas que se cuentan de Alejandro. Son anécdotas que nos muestran, de cierto modo, el carácter de Alejandro, su forma de ser y de pensar. Anécdotas que nos muestran su vida, historias que nos enseñan y señalan su alma.
Una de las primeras cinco o seis anécdotas que aquí relataré es conocida como la del “incienso”. Resulta que una vez se encontraba Alejandro ante el altar, derramando incienso ante los dioses. Su preceptor Leónidas se enoja, se acerca y le reprocha diciendo: “Para hacer tan abundantes ofrendas es preciso que esperes a que seas dueño del país del incienso...”. Más tarde, Alejandro fue el señor del Asia y envió a su maestro cien talentos de aromas para que no fuese un avaro con los dioses...
Una segunda anécdota se refiere a cuando en una ocasión Alejandro estaba practicando deporte y haciendo ejercicio. Alguien se acerca y le pregunta; “¿Y vas a participar en los juegos olímpicos?”, a lo que Alejandro responde; “Si mis rivales fueran reyes, por supuesto que sí”. Tal vez mucho “crecimiento” o mucho “creerse” por parte de Alejandro, pero algo que nos muestra de cómo era y cómo actuaba.
La tercer anécdota se refiere a la del caballo Bucéfalo. Resulta que un buen día un tesalio llevó ante Filipo (el padre de Alejandro) un caballo. El hombre quería 30 talentos por Bucéfalo, el nombre del caballo. De ahí que los más hábiles jinetes de la corte quisieran trepar en el caballo, domar este fiero y salvaje corcel, y hacerlo suyo.
Nadie pudo hacerlo. El equino parecía empecinado a bajar de su lomo a todo aquél que osara montar en él. Filipo entonces lo rechazó, si no fuera porque Alejandro, que estaba presente, les dijo: “¡Pero, qué bárbaros...! ¿Cómo es que puedan perder este caballo por su timidez e inexperiencia?”
El padre le reprochó su actitud diciéndole de paso: “Como si fueras tú a ser capaz de montar este caballo...”. Alejandro no se amedrentó y apostó el precio del caballo mismo, en caso de no poder apaciguarlo. El rey rió, lo mismo que la corte. La presunción de Alejandro era mucha.
Y... “¡Oh sorpresa...!”. Alejandro pudo. Se acercó al caballo, empuñó las riendas, vuelve la cabeza de éste hacia el Sol, pues había observado que el noble corcel se asustaba hasta con su propia sombra. Luego le acarició, soltó su manto, dio un ágil brinco y montó en el corcel.
Sujetó con fuerza las riendas, paseó por los espacios, y volvió a paso lento y tranquilo con un corcel agradecido. Vuelcan los aplausos, y, dicen los historiadores, que Filipo, al verle, le dice a Alejandro: “Hijo mío, busca otros reinos; Macedonia, el que poseo, es muy pequeño para ti y sé que no podrá satisfacerte...” .
           Sus primeros pasos como gobernante

Fue en el año 340 a.C en que parte Filipo para sitiar a Bizancio, dejando en Pella, capital de Macedonia, a su hijo Alejandro. Una prueba de fuego para él, pues habría de gobernar contando con tan solo 16 años. Pasa la prueba, Alejandro puede gobernar en ausencia de su padre Filipo. Este, más tarde, habría de enviar a su hijo Alejandro a un campo de batalla. Aquí, ya Alejandro, contaba con dieciocho años de edad.
Pasan los años y surgen desavenencias entre padre e hijo. Filipo se aparta de Olimpias para casarse con una bella macedonia llamada Cleopatra (no la de la película, aquella otra Cleopatra -una de las más famosas reinas de Egipto-, la que cautivara con su gran belleza a célebres guerreros como César y Marco Antonio).
Alejandro continúa el pleito contra su padre. Viene la boda de Filipo y Cleopatra. Este (Filipo), bebe demasiado. Se abalanza para reprocharle algo a Alejandro. Cae Filipo. Alejandro se vuelve y dice: “Macedonios, he aquí al hombre que se preparaba para pasar de Europa a Asia, pero que ni siquiera puede trasladarse de una mesa a otra...”. Así veía Alejandro a su padre. Un cuadro no muy digno, que digamos; pues, como vemos, se burla hasta de su padre.
Siguen rodando los años. Alejandro y su madre Olimpias se ausentan de la corte para irse a radicar entre los ilirios. Un corintio, Demaratros, hace que Filipo y Alejandro se reconcilien. Alejandro vuelve a Pella, y su madre adquiere nuevamente su antiguo rango. Filipo es más tarde asesinado en una boda. Lo apuñalan a la entrada de un teatro. Más tarde Alejandro sería proclamado rey.
                Alejandro es proclamado rey

A la muerte de Filipo, su hijo, Alejandro, asciende al trono de Macedonia y es proclamado rey, algo que logra sin mucha dificultad. Había, por supuesto, gente que se oponía, entre ellos muchos inquietos helenos que ardían en deseos de sublevarse.
Viene un Congreso (el Segundo Congreso de Corinto, allá por el año 336 a.C., en época de otoño, cuando caen las hojas), y, Alejandro, es proclamado oficialmente rey de Macedonia. Alejandro, un muchacho de apenas casi 20 años que pronto habría de demostrar ser un hábil gobernante, y que a los 30 años ya sería conocido como Alejandro el Grande, Alejandro Magno.
Alejandro: el gran rey, el gran conquistador
Fueron grandes las conquistas de Alejandro. Después de haber sometido a Grecia, se hizo conferir, en Corinto, el título de generalísimo de los helenos. Venció innumerables tropas. Se apoderó de Tiro y de Sidón, lo mismo que Jerusalén, Sidón y Damasco. Invadió y conquistó Egipto, fundó Alejandría. Atravesó el Éufrates y el Tigris, conquistando Arbelas, Babilonia y Susa. Quemó Persépolis y llegó hasta el Indo.
La importancia de sus conquistas


Grandes fueron las conquistas de Alejandro. Innumerables ciudades, reinos y regiones pasaron por sus manos. Enfrentó a grandes hombres, como a Darío III, rey de los persas, a quien luego de haber derrotado, le perdonara la vida.
Darío quiso llegar a un acuerdo proponiéndole a Alejandro el repartirse el reino, contestándole Alejandro “no puede haber dos soles en los cielos...”. Más tarde, alguien (ante la contrariedad de Alejandro), le cortaría la cabeza al Emperador Darío. Luego, Alejandro se desposaría con una hija del propio Darío.
A la muerte de Filipo, muchas ciudades griegas quisieron liberarse, pero Alejandro cayó rápidamente sobre Tebas. La ciudad fue arrasada por completo, quedando sólo en pie las edificaciones de los templos y la casa donde viviera el poeta Píndaro, a quien Alejandro mucho admiraba. Y así como esta, fueron muchas de las acciones que emprendió e hizo respetar Alejandro.
Alejandro: el gran imperio


Es de alabar, que una de sus ideas principales haya sido la de respetar las creencias y principios de todos los pueblos. Al conquistarlos no destruía ni su culto, ni su cultura, ni su religión. (Cosa que llevándola a términos prácticos y modernos se ve todo lo contrario en fusiones de bancos, empresas o cambios de autoridades). Su intención había sido la de formar un solo imperio de toda esta vasta región, sin tener problemas de ninguna especie.
Alejandro fundó más de 70 ciudades, muchas de las cuales le dieron su nombre (ciudades a las que se les conocía con el nombre de “Alejandrías”). Su idea había sido la de formar un Imperio Universal, que tendría como capital y centro principal Alejandría, una de las ciudades más importantes de todos los tiempos.
Alejandría: ciudad de ciudades
Alejandría, la única ciudad que fuese planeada antes de ser construida. Una ciudad, importante centro de cultura y del comercio. Una ciudad cuyas calles estaban pavimentadas y eran iluminadas por las noches. Una ciudad con un hermoso museo y una extraordinaria biblioteca que acomodaba medio millón de volúmenes. Una ciudad en que los científicos vivían con los salarios que les proporcionaba el propio gobierno...
Alejandría y el Imperio Universal
La ciudad fue grande, como grandes fueron las ideas de Alejandro. Su sueño gigantesco había sido el del Imperio Universal. Su imaginación ya había forjado este sueño, teniendo en Alejandría la capital de capitales.
Amigo y admirador de los persas, Alejandro empezaba a rumiar la idea de establecer estas costumbres. El mismo ya empezaba a vestir a la usanza persa, haciendo a sus soldados adoptar estas costumbres. Sin embargo, su principal preocupación fue la propagación del mundo helénico: un mundo unido que hablaría griego, y tendría las mismas creencias religiosas. Un mundo, tal vez utópico, pero que de todas formas o todas maneras pretendía esparcir la semilla de las ciencias, el arte y la filosofía.
Y siguen las anécdotas

Se dice que teniendo en mente este sueño de grandeza y de formar un solo y vasto imperio, una noche, en los últimos años de su vida, y una vez terminada la conquista de Oriente, Alejandro decidió que se celebrasen en una sola noche diez mil enlaces matrimoniales entre sus soldados y doncellas persas. Esto, buscando la fusión entre las razas.
Una anécdota más, que nos habla sobre la vida de Alejandro, es la del famoso “Nudo Gordiano”. Se dice que en Gordium, ciudad situada en el centro del Asia Menor, había un nudo que unía el carro y la lanza de un antiguo rey de Frigia. La leyenda señalaba que el que lograrse deshacer aquél nudo sería dueño del Asia.
Nadie podía desatar este nudo. Nadie había podido deshacer este “entuerto”. Alejandro, por lo tanto, quiso probar suerte y variando su ruta hacia esa ciudad se apersonó para resolver tal “dilema”. Al ver el nudo Alejandro rió, desenfundó su espada y de un solo tajo cortó el nudo dejándolo sólo en leyenda.
Diógenes
Como se sabe, Alejandro fue visitado durante su reinado por sabios, poetas y artistas, que estaban deseosos de conocer al joven rey. Únicamente Diógenes no se presentó. De él ya le habían hablado en Corinto, y en una ocasión, en que Alejandro andaba por sus rumbos, decidió hacerle una visita. Diógenes era aquél famoso hombre que vivía en un tonel, y al que se le atribuía que en cierta ocasión había recorrido la ciudad en busca de un hombre, sin encontrarlo.
Y Alejandro lo encontró... Como siempre, Diógenes se hallaba absorto en sus pensamientos, sentado junto a un muro y muy cerca del tonel. Y al preguntarle Alejandro si quería algo de él, Diógenes le contestó: “Pues no, solamente que te apartes de ahí porque me tapas el sol...”. Los cortesanos y acompañantes comenzaron a burlarse del filósofo, diciéndole que estaba ante el rey. Diógenes no dijo nada, y los cortesanos seguían riendo. Luego, Alejandro cortó sus risas diciendo: “Si no fuera Alejandro, quisiera ser Diógenes...”.
Alejandro, su imperio y su muerte

Como he relatado, Alejandro fue grande tanto por si mismo como por su imperio. Llegó a Persia, Asia, Tracia, Siria y Palestina. Tuvo uno de los imperios más grandes que jamás se hallan conocido. Llegó hasta Tiro, la capital de Fenicia. Luego iría hasta Egipto, Siria y los límites de la India. Su influencia aseguró la penetración de la cultura helénica en Asia y África.
Alejandro pudo haber seguido; pero, negándose los macedonios a ir más lejos, cansados ya los soldados de estar tanto tiempo fuera de sus hogares, nuestro personaje volvió a Babilonia. Ahí, ya cansado, aunque muy joven todavía, Alejandro muere a causa de una fiebre aguda causada por una enfermedad que hoy conocemos con el nombre de malaria. Tenía 33 años, años en que dio lo mejor de sí mismo. Años en los que hizo nombre: ¡Alejandro Magno…!

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